Álvaro Gómez Hurtado, el pensador de la política

"Encontrar hombres políticos que al mismo tiempo sean pensadores es impensable en el mundo de hoy."

Por: FRANCISCO BARBOSA DELGADO

5 de noviembre de 2015, 01:10 am

La muerte de Álvaro Gómez Hurtado siempre me ha interpelado. Tal vez, porque era la primera vez que un hecho de violencia de ese nivel y magnitud se me presentaba a escasos metros o porque Gómez Hurtado era profesor de la Universidad en la que me formaba para ser abogado. Era paradójico, aprendía de normas, principios, derechos y, al mismo tiempo, veía como, sin ningún pudor, se validada la violencia como forma para acallar las ideas.

El jueves 2 de noviembre de 1995 no fue un día cualquiera. Todo era normal hasta las 10:30 de la mañana cuando se escuchó el tronar seco y frío de varias ráfagas de fuego que cegaron la vida del profesor, maestro y controversial político conservador.

Hacía unos minutos, junto a mi amigo y actual senador de la República Iván Duque Márquez, habíamos visto pasar al profesor Gómez Hurtado quien intercambió saludos con el profesor de gramática y latín, Ciro Alfonso Lobo Serna, y subió a su auto. Momentos después se produjo lo indecible y el país sumó otro hecho luctuoso que se juntaba a las muertes de Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo, los magistrados inmolados del Palacio de Justicia y tantas otras que se han hundido en la impunidad y en la falta de justicia.
De Álvaro Gómez Hurtado se podrían decir una multiplicidad de cosas. Tal vez, las dos más relevantes eran sus facetas política e intelectual.
Faceta política
Luego de su tiempo de exilio en los años 50, Gómez Hurtado trató de romper las líneas de acción política con su padre el expresidente Laureano Gómez (1950-1953), diseñando una estrategia para que los partidos no siguieran empeñados en destruir al país. Ese invento fue el Frente Nacional, acuerdo partidista logrado en las ciudades españolas de Sitges y Benidorm (España) para gobernar por 16 años y dividirse burocráticamente los cargos públicos.
El remedio resultó peor que la enfermedad: se aclimató el país político y se enardeció el país nacional parafraseando a otro líder asesinado el 9 de abril de 1948: el liberal Jorge Eliecer Gaitán. De esta época, se encuentra un Álvaro Gómez pasional y sanguíneo, que hacía tránsito a una unidad bipartidista. El Frente Nacional fue una fiesta para el poder y una tragedia para los que quedaron por fuera del acuerdo. No es gratuito que estemos resolviendo los rescoldos de ese pacto: nuestra guerra civil.
Sin embargo, Gómez aclimató su pensamiento y supo proveer al país de formulaciones que fueron centrales en sus meandros ideológicos. Fue quien planteó la elección popular de alcaldes, la idea de desarrollo económico y la necesidad de planear para industrializarnos y crecer económicamente. Estas reflexiones fueron producto de sus lecturas y de su aviesa curiosidad intelectual. Otras fueron retomadas de la misión Currie que visitó Colombia en los albores de los años 50.
También formuló por primera vez la idea de la despenalización del consumo de las drogas. Ni hablar de su lucha por la protección del medioambiente y el agua. Puso la discusión en la mesa sobre la autonomía del Banco de la República y el control fiscal cuando no eran temas relevantes en el ambiente político. Muchas de esas doctrinas tuvieron su impronta en la constituyente de 1991.
Planteó una defensa acérrima de la vida como valor esencial en sus campañas políticas. Luego de ser secuestrado por el M-19 en el mes de mayo de 1988, fue capaz de compartir la presidencia de la Asamblea Nacional Constituyente con uno de sus captores, Antonio Navarro Wolf. Fue liberado dos meses después gracias a la gestión del exministro conservador Álvaro Leyva Durán, hecho que fue agradecido por el mismo Gómez Hurtado al decir que “practicó el ejercicio de la diplomacia en el más difícil de los terreros, se jugó completo con una generosidad que me conmueve”.
Del secuestro pueden extraerse pensamientos en aras a la paz y a la reconciliación que dejó plasmados en su libro “Soy Libre” (1989). Si Gómez estuviera vivo, seguramente estaría preconizando que la paz es el único camino al desarrollo y haría aportes valiosos sobre la reconciliación.
Esa cercanía del movimiento de Salvación Nacional con el AD-Alianza Democrática- M-19, fue criticada en su momento por otros líderes conservadores como el expresidente ‘frente nacionalista’ Misael Pastrana Borrero, quien sentía que su poder político se perdía con la constituyente.
Tuvo cargos políticos relevantes. Fue miembro de ambas cámaras, embajador en varias oportunidades, designado a la Presidencia y copresidente de la Asamblea Nacional Constituyente. No alcanzó la Presidencia de la República, aunque fue candidato conservador en cuatro ocasiones, por el recuerdo nefando de su padre en el país. Nunca pudo quitarse ese fardo. Mostró un talante distinto, pero su procedencia política le costó en una sociedad que nunca integró el Frente Nacional y jamás ha abandonado la confrontación histórica.
En la Constituyente fue uno de los bastiones. Su experiencia atrajo el pensamiento de muchos constituyentes y guió con su claridad en las discusiones constitucionales al ministro de Gobierno del presidente Cesar Gaviria Trujillo, Humberto de la Calle Lombana y a los copresidentes de la Asamblea, Horacio Serpa Uribe y al entonces recién desmovilizado Antonio Navarro Wolff.
Es interesante observar su postura de vanguardia sobre ese momento constitucional que surge de la cerril interpretación de la Corte Suprema de Justicia que atándose al artículo 13 del Plebiscito de 1957 y al artículo 218 de la Constitución de 1886 impidió la posibilidad de que otro órgano distinto al Congreso de la República modificara la Carta Constitucional de 1886. De eso quedan sentencias de inconstitucionalidad contra los intentos de reforma, como fue el caso de la pequeña constituyente de López de 1977, la reforma de Turbay de 1979 y el Acuerdo de Casa de Nariño del 20 de febrero de 1988 durante el gobierno Barco.
La séptima papeleta y la modificación del precedente de la Corte Suprema de Justicia sobre los decretos 927 del 3 de mayo de 1990 y el 1926 del 24 de agosto de 1990 abrieron el camino constituyente y dejaron sin aire la Constitución de 1886. El primer decreto permitió que la organización electoral contabilizará los votos a la Asamblea Constituyente, mientras que el segundo decreto convocaba la elección de constituyentes con un temario definido. La Corte Suprema consideró que el temario era una limitación inaceptable a la idea del poder constituyente absoluto.
Gómez Hurtado entendió ese momento histórico. Lo reconoció. Consideró que era mejor estar en la vanguardia que vivir rezagados en el tiempo. Por eso, fue uno de los artífices de la Constitución de 1991.
Faceta intelectual
Encontrar hombres políticos que al mismo tiempo sean pensadores, es impensable en el mundo de hoy. Amalgamar la política, el pensamiento, la cultura en una sola persona responde hoy en día a la excepcionalidad. Gómez Hurtado podía jugar varios roles. Su libro de referencia fue ‘La revolución en América’, en el cual planteó una reflexión profunda sobre la incapacidad de nuestros pueblos americanos de abandonar el colonialismo español. Con ese precedente era natural que los principios revolucionarios no se anclarán en nuestra nacionalidad y la modernidad huyera. Era lo que años después llamó el historiador Frank Safford una suerte de “neoborbonismo” republicano.
Sus reflexiones sobre pintura, escultura e historia son manifestaciones de una estética del pensamiento que adornada y construía su personalidad. Consideraba que la historia y la filosofía permitían entender mejor los entornos. Por eso, moldeaba su “concepción del mundo” como le explicó al periodista Oscar Castaño en ‘Álvaro Gómez Informal’ (1985), con Spengler, Ortega y Gasset, Berdiaeff, Descartes, Pascal, Hegel, Kant, Kierkegaaard y Heidegger. Su preocupación esencial era “el valor de la confección literaria”. Eso le permitía desentrañar poetas y literatos con facilidad. Como olvidar su reflexión sobre Shakespeare: “No tiene ninguna originalidad, pero es muy grande”.
En el periodismo lo hizo todo desde ‘El Siglo’. Desde traductor de cables, armador, diseñador, caricaturista, editor, columnista y analista. El periodismo en aquel tiempo era más analítico, menos general. Para Gómez, el periodismo era una forma de vida. Escribió incluso una cartilla de redacción por su obsesión con el “lead” y la frase corta.
Para su asistente personal, el internacionalista Juan Daniel Jaramillo Ortiz quien lo acompañó entre 1981 y 1983, Gómez Hurtado "tenía el poder de síntesis más grande que yo haya conocido. Entre nosotros se le equipara Nicolás Gómez Dávila. Siempre repitió que los apoyos políticos no hipotecaban el derecho a la crítica".
Terminó su vida editorializando contra el régimen que representaba el gobierno de Ernesto Samper (1994-1998), quien fue cuestionado por el ingreso de recursos del narcotráfico en su campaña. Gómez Hurtado fue implacable indicando que ese gobierno había constituido un entramado de complicidades y no de solidaridades que superaban la idea misma del Presidente de la República. Se desconocía su famoso “Acuerdo sobre lo fundamental”.
Gómez recordaba sobre este punto al final de sus días:
“ Conseguir la solidaridad ennoblece la política y premia el buen gobierno (…), hoy no encontramos ese propósito entre quienes gobiernan, legislan o buscan el respaldo de la opinión. Lo que se quiere alcanzar es la complicidad. Se pretende tener a la gente comprometida por interés. La consideración de provecho se impone sobre el bien público. Los propósitos colectivos se vuelven singulares, porque así es como producen beneficio. Cada actuación del Estado puede ser una oportunidad de enriquecimiento (…). Es así como se engendra “el régimen”.
Sigue doliendo la muerte violenta de Álvaro Gómez Hurtado, como duele la muerte de pensadores colombianos que me dejaron honda huella, entre ellos, el expresidente Alfonso López Michelsen y mi maestro Fernando Hinestrosa Forero.
Álvaro Gómez Hurtado fue otra de las pérdidas inútiles en Colombia. El expresidente López resumió muy bien ese 2 de noviembre de 1995 indicando lo siguiente:
“Sus asesinos dispusieron de la vida de uno de los grandes de Colombia y, si su propósito era atemorizar a la sociedad, acertaron en el blanco que escogieron porque a Álvaro Gómez podía amársele u odiársele, pero, jamás, subestimársele”.
FRANCISCO BARBOSA DELGADO
@frbarbosa74
PhD en Derecho Público de la Universidad de Nantes (Francia), profesor de la Universidad Externado de Colombia y abogado de la Universidad Sergio Arboleda.